En Literatura y Ferrocarril de Viajar en tren te traemos un relato breve escrito por un aficionado a los trenes al que merece mucho la pena leer. De temática romántica, la historia trata sobre un encuentro fugaz… O quizás no tan fugaz.
Empezando una nueva vida
La historia que os voy a contar surgió hace un par de años y permanecerá por siempre en mis mejores recuerdos.
Iba en el tren Regional que había salido de Madrid con destino Valencia San Isidre. Adif me había llamado hace un par de semanas para darme mi primer trabajo en la empresa, tras haber superado el curso de jefe de estación.
Mi nuevo lugar de trabajo sería Chiva, un pequeño pueblo valenciano.
Acomodado en mi asiento, iba pensando en mi nueva ocupación y lo que me depararía ese destino. Tenía miedo y a la vez ilusión por saber lo que me reservaba el futuro en esa estación de pueblo. Mirando por la ventanilla concentrado en el paisaje, que pasaba de forma fugaz, con tristeza me venía a la memoria todo lo que dejaba en la capital española: mis amigos, mi familia, mis compañeros del curso de formación… Pero tenía que concienciarme de que una nueva etapa de mi vida comenzaba y debía ser optimista.
Alrededor de las catorce diez el tren se detuvo en aquel singular apeadero. Tiré de la maneta para abrir la puerta y lentamente descendí por los peldaños metálicos del convoy. Ya estaba en Chiva, el sitio donde comenzaría una nueva vida.
En el andén me esperaba un hombre robusto y con un rostro ya marcado por la edad, que portaba un silbato, una gorra roja y un banderín enrollado del mismo color. Nada más verme se acercó a mí y me preguntó si yo era el nuevo jefe de estación. Asentí con la cabeza, él se giró y alzó levemente la mano en que llevaba el banderín, a la vez que hacia sonar su silbato; el tren respondió con una pitada, cerró puertas y reanudó la marcha. Ese hombre era el actual jefe de estación al que sustituiría debido a su jubilación.
Amablemente me enseñó las instalaciones y me contó anécdotas de la estación y sus viajeros; sus fantásticas historias me entusiasmaron y cada vez me entraban más ganas de comenzar a trabajar en mi nuevo puesto. Aquél viejo ferroviario se despidió de mí y me deseó suerte en mi labor. Nunca más volví a ver a ese vividor del ferrocarril.
¡Ya estaba manos a la obra! tenía organizada la circulación que transcurriría durante el resto del día.
Después de estar toda la tarde dando salidas a los trenes, haciendo cruces y otras tareas… estaba realmente feliz; me sentía útil, tenía la impresión de que este empleo estaba hecho para mí y yo para él.
Cuando el cercanías de las 19:26 estaba efectuando su entrada, salí de la garita para recibirle en el andén. El tren se detuvo; al comprobar si los viajeros habían bajado para poder dar la salida al convoy, descubrí a una chica.
Sus ojos negros, como la antracita, brillaban con el reflejo de las luces de la estación; su pelo rizado ondeaba en el aire mientras descendía por las escalerillas, su sonrisa perfecta me deslumbró. ¡No podía creerlo!… era como si de repente el tiempo se detuviese y sólo estuviésemos ella y yo. Me quedé mirándola con cara de tonto enamorado. De repente, el berrido del revisor preguntándome si se podía dar la “¡marcha al tren!” me despertó de mi bella fantasía. Reaccioné y nervioso encendí la linterna; moviéndola de una forma muy rápida di la salida a ese gigante ruidoso envuelto en la noche.
Me dirigí al vestíbulo decidido y confiado con la intención de contemplar a ese ángel que, tan sólo con su presencia, conquistó mi corazón… pero ya se había marchado; la fría y solitaria sala de espera estaba vacía.
Seguí ejerciendo mi actividad con normalidad, aunque con el tren de la melancolía estacionado en mis sentimientos hasta el fin del servicio. No dejaba de pensar en ella; esa mirada que me lanzó momentáneamente se quedo grabada con fuego en mi mente.
Acabé el turno y me dirigí a mi nuevo hogar, preparé un precocinado que llevaba en la maleta para cenar, vi un poco la televisión y me fui a dormir. Pero cuando me tumbé en la cama, a pesar de estar cansado, no podía conciliar el sueño. No dejaba de pensar en esa belleza que se había llevado un pedacito de mi alma.
Se hizo de día y el cansancio aún invadía mi cuerpo… ¡no había pegado ojo! Me dirigí a la cocina y puede comprobar que no tenía nada para satisfacer mi voraz apetito; debía hacer la compra e instalarme de forma adecuada.
Me duché y me vestí, salí a la calle y fui dando un paseo hacia la estación para comenzar mi jornada. Mientras caminaba, mi estomago empezó a rugir reclamando ser satisfecho, por lo que seguí andando hasta encontrar un rótulo que anunciaba “Cafetería Gaudí”. Entré, desayuné un café con leche y unos churros. Tras concluir tan apetitoso desayuno continué mi camino a la estación.
Abrí la garita y comencé a cumplir con mi cometido, con la esperanza de que volviera a ver a esa atractiva chica de ayer.
La mañana transcurría con normalidad; me encontraba haciendo uno de los cambios de vía -el cercanías de las 8:52 tenía cruce con un tren balastero de Azvi, que venía de hacer remodelaciones en la vía. Mientras manipulaba esa vieja marmita para hacer el desvío, alcé la mirada y ahí estaba… esa chica que se había apoderado de mis sentimientos… por fin la volvía a ver. Habían pasado pocas horas pero se me hicieron una eternidad. Contemplando su rostro y su figura perfecta me descuidé, solté la marmita de golpe y el contrapeso de la misma arremetió de forma violenta contra mi pie. Expresé un liviano grito; en realidad tenía un dolor agudo pero no quería quedar en ridículo delante de ella; ¡ya había quedado bastante mal cuando me golpeé con ese hierro circular! Retorné al andén con una ligera cojera cuando el cercanías ya estaba irrumpiendo en la estación. Al parecer, ella no se dio cuenta del incidente que tuve al efectuar el cambio de vía.
Tras llegar a la plataforma vi como esa hermosa joven subía al tren de forma apurada. Me quedé inmóvil como el primer día ¡No sabía que hacer! ¡no sabía cómo reaccionar!… de repente, un potente motor diésel se escuchaba en la lejanía tras mí cuerpo estático. Era la locomotora 1600 con el tren balastero, que se presentaba a su hora según el itinerario. Ese ensordecedor ruido me devolvió de nuevo a la tierra. Desde el andén donde se encontraba estacionado el cercanías, di vía libre al tren de balasto; una vez concluido el cruce, volví a erguir el banderín rojo enrollado. Al mismo tiempo que tocaba el silbato, el automotor respondió a mi orden y efectuó salida.
Cuando el tren se alejaba, yo con cara de pánfilo iba escudriñando las ventanas para poder verla una vez más, pero las ventanillas tintadas del automotor 592 me impendían ver el interior.
El transcurso de los días hacía que mi obsesión por esa chica se incrementara cada vez más. Siempre cogía el tren de las 8:52 para ir a Valencia y retornaba en el que llegaba a las 19:26. ¡Esto no podía ser!… estaba perdiendo la cabeza por esa hermosura que me transmitía una paz y tranquilidad nunca antes conocidas. Sabía que, si seguía así, enloquecería. No sabía bien qué podía hacer con este tema; quería preguntarle infinidad de cosas y acabar saliendo con ella, pero mí timidez y mi desconocida autoestima me lo impedían.
Una tarde, deambulando por Chiva y sus alrededores sin rumbo fijo, llegué a un sitio precioso que me pareció un lugar romántico. El sol se estaba poniendo y desde ese lugar se veía la ciudad de Valencia, envuelta en el ocaso de esa estrella cubierta de fuego que nos da la vida. Ese lugar es conocido como “Miradores” y desde ahí estuve mirando ese paisaje extraordinario, casi mágico. Mi mi corazón se puso en marcha y empezó a pensar otra vez en esa chica y sentía que estaba a mi lado, pero no era más que un producto de mi imaginación . ¡Aquello era una tortura! ¡no podía seguir así! En ese momento me planteé que cuando la volviese a encontrar, le diría lo que sentía por ella.
Al día siguiente, cuando me encontraba en la garita, con las piernas encima de aquella mesa de PVC y con mi mente ocupada sólo por ella, estando próximo a efectuar su entrada el cercanías de las 8:52 con destino Valencia, me asomé como siempre para verle llegar y ejecutar la salida. El tren frenó, bajaron y subieron viajeros, pero esta vez ella no se encontraba entre los ocupantes del tren.
Dieron las 16:00 y el regional destino Madrid estaba al caer. Como de costumbre yo me encontraba en el andén para recibirle. Cuando ya podía verle a lo lejos, oí abrirse la puerta de la sala de viajeros y… ahí se hallaba esa princesa, con su sonrisa de porcelana, sus ojos luminosos llenos de vida, esos labios que decían ¡bésame!, su pelo rizado y ese cuerpo firme y esbelto. Había pensado decirle lo que sentía por ella, pero fue totalmente imposible; el miedo me paralizó.
La linda muchacha llevaba dos maletas enormes, ¡desmesuradas! Iba acompañada de seis personas, sospeché que era su familia.
El tren ingresó en vía y abrió puertas, la joven se despidió de sus acompañantes con besos y abrazos. En ese momento, empezaron a temblarme las piernas y a latirme el corazón a una velocidad exagerada. La escena que acababa de ver me hizo llegar a la conclusión de que mi adorada chica se marchaba de Chiva. Recibía consejos, palabras de apoyo y buenos augurios: ¡hasta pronto Noelia!, ¡cuídate mucho!, ¡que te vaya muy bien por Madrid!, ¡cuándo llegues a tu nueva casa avísanos! Todo estaba claro… mi sueño se alejaba, desaparecía de mi vida y de mi lado. En lo sucesivo sólo tendría su ausencia y su recuerdo. Al menos… en ese momento puede conocer su nombre, Noelia. Nunca lo olvidaré.
Cuando subió al tren la seguí con la mirada, me situé al lado de su ventanilla para dar la salida a ese titán de hierros que nos separaba. Embriagado por la tristeza que me producía su partida, giré la cabeza para verla por última vez. Ella me dedicó esa mirada que me hacía desvanecer… Me armé de valor y… le lancé una tímida sonrisa que emanaba de mi cara enamorada. Ella me devolvió la sonrisa y echó una bocanada de vaho al cristal,. Con el dedo en la parte empañada de la ventanilla escribió: “nos veremos…” envuelto en un corazón.
El tren comenzó a circular. Mientras se alejaba, Noelia me miraba triste, con lágrimas en los ojos; yo estaba impresionado ¡no lo podía creer! Con rabia e impulsado por mi corazón, corrí detrás de aquel coloso, diciendo por walkie talkie: “¡maquinista del regional 33161! ¡anulación de la orden “marche el tren”! ¡anulación de la orden “marche el tren”!… nadie contestaba; arrojé el walkie al suelo mientras perseguía al tren. Desenrollé el banderín para dar la orden de “parada absoluta”, aun así, el maquinista hizo caso omiso. Cuando la fatiga se apoderó de mi cuerpo me detuve bruscamente, tiré el banderín y comencé a jadear… observé el testero trasero del convoy alejarse en el horizonte y con los ojos inundados de lágrimas susurré: ¡adiós Noelia, adiós!
Por Alberto de Juan Fernández