Desde el pasado 12 de junio, todos los ojos miran hacia Brasil por ser la sede del Mundial de Fútbol. Este protagonismo en el panorama deportivo mundial comenzó el año pasado por estas fechas con la celebración de la Copa Confederaciones de fútbol, y se mantendrá hasta 2016, cuando se lleven a cabo los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Desde fuera, durante años se ha observado con envidia esta situación que coloca al nuevo Brasil ante los ojos del mundo durante tres años. Un Brasil emergente, que se ha desarrollado enormemente en los últimos años disminuyendo el nivel de pobreza y aumentando su clase media. Parece una situación muy positiva, pero no todo son alegrías en el país dirigido por Dilma Rousseff.
Fútbol sí, pero no sobre sus derechos
Acoger megaeventos de este tipo requiere una fuerte inversión en infraestructuras de todo tipo, algo que en principio puede resultar beneficioso para la sociedad. Se presupuestaron más de 11.000 millones de dólares (mucho más que en Mundiales anteriores) para invertir en medios de transporte, aeropuertos, seguridad y otras partidas además de en las instalaciones necesarias para llevar a cabo la competición.
Uno de los primeros pasos de los cuerpos de seguridad brasileños fue la ocupación de la favela de Rocinha en Río de Janeiro, conocida por ser sede del narcotráfico. Desde el mundo se alababa entonces el aspecto positivo de los eventos, que habían forzado al país a convertirse en un lugar estable y más seguro.
El Mundial y los Juegos Olímpicos, causa y medio de las protestas
Y sin embargo, ahora asistimos incrédulos a la gran ola de protestas que surge por todo el país. Unas protestas que ya se hicieron oír el pasado año en la Copa Confederaciones (usando muy inteligentemente la repercusión del acto contra el que luchan para difundir su mensaje) y que se repiten ahora que se celebra el Mundial.
Desde fuera nos llama poderosamente la atención porque Brasil es un país que se mueve con el fútbol, que lo vive y lo ama más que ningún otro. Pero es ese mismo Brasil el que no quiere sacrificar sus derechos básicos sólo por un deporte o por aparentar una prosperidad ficticia.
Las obras previas a estos eventos han provocado el desalojo de miles de personas, especialmente de las clases bajas. Aunque se les ofrece una nueva ubicación, ésta puede llegar a estar a hasta 60 km de distancia de su primer hogar lo que es ilegal y además huele a limpieza social. Para los que se niegan a ser reubicados el Gobierno destina una indemnización que es insuficiente para conseguir una nueva vivienda, por lo que realmente no es una solución. Este es uno de los principales motivos de queja, esta mal tapada limpieza que busca llevar la pobreza a las afueras de las ciudades para hacerla menos visible.
Pero no es la única causa de enojo general: muchos colectivos han protestado en los últimos meses por condiciones de trabajo y han aprovechado los eventos para presionar al Gobierno (como la reciente manifestación de los trabajadores de metro en São Paulo, que amenazó la inauguración del Mundial).
Incluso se está llevando a cabo una competición paralela, la llamada Copa del Pueblo, con equipos que representan a distintos tipos de trabajadores.
La madurez de Brasil requiere tiempo
Más allá de las protestas y de las celebraciones, hay que buscar el gran plano general para acercarse a comprender la situación (y digo acercarse porque no creo que sea posible hacerlo si no se vive en primera persona).Brasil es un país digno de envidia hasta cierto punto porque ha conseguido unos avances sociales espectaculares. El problema es que los brasileños piden más, piden ser un país del primer mundo, que es lo que merecen. Y puede que lo tengan, pero llevará su tiempo.
Incluso para los que en teoría vivimos en un país avanzado, sabemos que la eficiencia está al alcance de muy pocos, que los demás se deja llevar por corrupciones y otros vicios que impiden alcanzar el modelo ideal. Pero quizá para ellos sea aún más difícil, ya que gran parte de la población está teniendo muchos recursos en poco tiempo y aún tiene que acostumbrarse a ciertas herramientas de los sistemas avanzados. Como los bancos, que ven en Brasil un diamante en bruto pero se encuentran con que muchísima gente no tiene cuenta corriente, que prefiere guardar el dinero debajo del colchón (personalmente no les culpo).
Es por eso que el crecimiento de Brasil ha de ser equilibrado y bien dirigido si realmente busca ser duradero.
Fuentes: El País, InfoBae y BBC Mundo.